José Ángel Cilleruelo è un poeta, narratore, aforista e critico letterario nato a Barcellona nel 1960. Ha pubblicato le raccolte: El don impuro (1989), Salobre (Premio Ciudad de Córdoba-Ricardo Molina Hiperión 1999), Formas Débiles (Premio Hermanos Argensola Visor 2004), Maleza (2010), Tapia con mirlo (2014) e le poesie in prosa: Glería de charcos (2009), Vitrina de charcos (2011), Becqueriana (2015) e Cruzar la puerta que se quedó entornada (2017). Nel 2018 ha pubblicato la raccolta La Mirada. Antología esencial (Fondo de Cultura Económica). Di narrativa ha pubblicato El visir de Abisinia (2001), Trasto (2004), Doménica (2007), Al oeste de Varsovia (Premio Málaga de Novela, 2009), Una sombra en Pekín (2011) e Ladridos al amanecer (2011). Ha scritto anche il libro di aforismi Lunáticos (2017). I testi seguenti sono tradotti da Alberto Pellegatta.
Gli armadi senza vestiti
i cassetti vuoti
il colore delle trapunte
dimentico le lenzuola
buie di umidità
le lampadine bruciate
sfilacciati tappeti
apparati inerti
e vetri rotti.
La vita in quel tunnel
secondo piano a sinistra
numero venti quattro
era senza di te un’ulcera
senza di te era il nulla.
*
Los armarios sin ropa
los cajones vacíos
el color de las colchas
olvidado las sábanas
oscuras de humedad
las bombillas fundidas
deshiladas alfombras
aparatos inertes
y cristales partidos.
La vida en aquel túnel
segundo puerta izquierda
número veinticuatro
era sin ti una úlcera
sin ti era la nada.
*
Se domando loro cosa vogliono, dicono
niente, che guardano i mobili solo
per piacere, per passare il pomeriggio. Insieme
ai corpi, sussurrano: l’armadio
lo vogliamo più grande, cercheremo
una credenza alta dove ci stiano
i vestitini del bambino quando cresca
e i giocattoli: da grande saprà
il colore dell’infanzia. Girano intorno
per tornare a incrociarsi davanti al letto
matrimoniale con i comodini in legno nobile.
Non guardano mai il prezzo che non possono
pagare. I venditori alle loro spalle
scherzano e scherzo anch’io e dimentico
che ho scelto i mobili via catalogo,
di notte, tirata la tenda, Solo,
*
Si les pregunto qué desean, dicen
que nada, que miraban sólo muebles
por gusto, por pasar la tarde. Juntos
los cuerpos, cuchichean: el armario
lo querremos más grande, buscaremos
una cómoda alta donde quepa
la ropita del niño cuando crezca
y los juguetes: de mayor sabrá
el color de su infancia. Dan rodeos
para volver a cruzar ante una cama
de matrimonio con mesitas nobles.
Nunca miran el precio que no pueden
pagar. Los vendedores a su espalda
se burla y me burlo igual y olvido
cómo elegí los muebles por catálogo,
una noche, al cerra la tienda, Solo,
*
Una stazione senza nessuno sulle banchine,
una panchina sul viale e nessuno vicino,
un magazzino abbandonato,
il culmine di un binario morto,
un autobus vuoto,
un giardino solitario,
un treno senza luci,
l’alba,
un buco.
Io.
*
Una estaciòn sin nadie en los andenes,
un banco en la avenida y nadie cerca,
un almacén abandonado,
el tope de una vía muerta,
un autobús vacío,
un jardín solitario,
un tren sin luces,
la madrugada,
un hueco.
Yo.
*
L’istante in cui la pastiglia effervescente entra nel bicchiere. In cui il sale insaporisce l’acqua che bolle. In cui l’alimento cade nella padella con l’olio molto caldo. Una piccola esplosione domestica. Il momento in cui il palloncino che gli adolescenti hanno riempito alla fontana sbatte contro il suolo. In cui la bomba della cicca che la bambina gonfia le scoppia sulle labbra. In cui il bicchiere che è scivolato dalla mano del cameriere salta e va in frantumi. Così, la lettura di una poesia.
*
El instante en el que la pastilla efervescente entra en el vaso. En el que la sal sazona el agua que hierve. En el que el alimento cae en la sartén con el aceite muy caliente. Una pequeña y doméstica explosión. El tris en el que el globo que los adolescentes han llenado con agua de la fuente choca contra el suelo. En el que la pompa del chicle que la niña hincha estalla en sus labios. En el que la copa que ha resbalado de la mano del camarero salta y se hace añicos. Así, la lectura del poema.
*
EMILY
Una donna scrive la parola
pioggia. La legge lenta.
La sente sbattere
sui vetri, come annega
nelle tubature, colora di nitrato
argenteo le strade.
La annusa e i suoi odori
risvegliano giorni
nascosti nell’infanzia.
La sente sulla pelle,
la sua umidità nei capelli,
le gocce sugli occhi.
Adesso scrive due parole:
una donna. Le legge. Lentamente
Una donna scrive.
Giorno e notte cambiano
attributi e con l’incertezza
dell’ora la luce
raggiunge la maggiore
trasparenza.
Il quaderno sul tavolo, la finestra
spalancata, la tazza. La matita, grande
taciturna, già attende i disegni
del momento per esprimerli.
La donna sulla sedia incrocia le gambe
e i pensieri, con la mano
si accarezza la natica, il ginocchio. E scrive.
Con una certa inquietudine le cose mostrano
la loro intimità. La luna
controlla il territorio prima di andarsene.
Una donna la cancella
dal silenzio quando le luci raggiungono
la tela di chi osserva.
Sulla parete le ombre
ballano. Le loro mani prendono
un libro da dove colano
colori che non vedono gli occhi
e che gli occhi vedono
fare giri nella stanza. Sensazioni,
suoni, strade di città
che conosce senza averle mai viste,
conversazioni
che sente senza sentire e vite
ai piedi del letto
che si fanno accarezzare.
Con la porta chiusa,
e nulla rimane fuori.
Una donna si disinteressa
delle circonferenze. Delle mappe.
Delle scadenze. Delle conseguenze.
Dimentica la geometria. Sdraiata
per terra, il fresco delle piastrelle
sulla schiena ricrea
per il suo corpo le nubi dei cieli.
Non sta da nessuna parte il reale.
Non occupa spazi né consuma tempo.
Evoca, vola, dice. Una luce visionaria.
Una donna libera
i capelli davanti allo specchio.
Scioglie, si allunga la chioma
sul collo, sulle spalle,
sulla schiena. Inquadra il gesto
con cui si osserva.
Le mani si rivoltano.
Con le dita li pettina.
Capelli splendidi. Un corpo splendido.
La pelle registra i caracolli
dei capelli si inclina la testa
per osservare il cielo
che le travi occultano.
La vita è uno strano
proposito composto momento dopo momento.
L’insignificante, il prezioso.
Una donna confida
le proprie preoccupazioni all’ombra
bianca dell’olmo.
Le paure, la disattenzione
con cui parla del tempo.
Abbandonati nella neve falsa.
Una donna scrive. Lo scialle
sulle spalle, il rumore
della matita quando graffia
la carta. Le mensole dei libri.
Uno, dimenticato sul divano,
solitario in una stazione ferroviaria.
La lampada e il suo sforzo
per aggiungere sfumature
alla penombra. I rimorsi.
Scrive adagio perché succeda qualcosa intorno.
E succedono le parole.
*
EMILY
Una mujer escribe la palabra
lluvia. Lenta la lee.
La oye repiquetear
en los cristales, cómo anega
las cañerías, pinta con nitrato
plateado las calles.
La huele y sus olores
despiertan días
ocultos en la infancia.
La siente por la piel,
su humedad en el cabello,
gotas sobre los ojos.
Ahora escribe dos palabras:
una mujer. Las lee. Lentamente.
Una mujer escribe.
Día y noche permutan
atributos y con la incertidumbre
de la hora la luz
alcanza la mayor
transparencia.
El cuaderno en la mesa, la ventana
de par en par, la taza. El lápiz, gran
taciturno, ya aguarda los designios
del momento para expresarlos.
La mujer en la silla cruza piernas
y pensamientos, con la mano
se acaricia la nalga, la rodilla. Y escribe.
Con certera inquietud muestran las cosas
su intimidad. La luna
vigila el territorio antes de irse.
Una mujer abre la cancela
del silencio cuando las luces llegan
al lienzo de quien mira.
En la pared las sombras
bailan. Sus manos toman
un libro por donde se cuelan
colores que no ven los ojos
y que los ojos ven
dar vueltas en el cuarto. Sensaciones,
sonidos, calles de ciudad
que conoce sin nunca haberlas visto,
conversaciones
que oye sin oír y vidas
a los pies de la cama
que se dejan acariciar.
Con la puerta cerrada,
y nada queda fuera.
Una mujer se desentiende
de las circunferencias. De los mapas.
De plazos. De secuelas.
Olvida la geometría. Acostada
en el suelo, el frescor de las baldosas
en la espalda rehace
por su cuerpo las nubes de los cielos.
No está en ninguna parte lo real.
No ocupa espacios ni consume tiempo.
Evoca, vuela, dice. Una luz visionaria.
Una mujer libera
el cabello frente al espejo.
Suelta, se extiende la melena
por el cuello, los hombros,
la espalda. Encuadra el gesto
con el que se contempla.
Las manos la revuelven.
Con los dedos la peina.
Un pelo hermoso. Un cuerpo hermoso.
La piel registra los caracoleos
del cabello si inclina la cabeza
para observar el cielo
que las vigas ocultan.
La vida es un extraño
propósito compuesto instante a instante.
Lo nimio, lo valioso.
Una mujer confía
sus preocupaciones a la sombra
blanca del olmo.
Los miedos, el descuido
con el que habla el tiempo.
Abandonados en la falsa nieve.
Una mujer escribe. El chal
sobre los hombros, el rumor
del lápiz cuando araña
el papel. El estante con los libros.
Uno, olvidado en el sofá,
solitario en una estación de tren.
La lámpara y su esfuerzo
por añadir matices
a la penumbra. Los remordimientos.
Despacio escribe para que ocurra algo alrededor.
Y ocurren las palabras.